Mis Recuerdos

ENFRENTANDO CONFLICTOS

Los conflictos son inherentes a la vida, forman parte de ella. Los hay, decíamos ayer, intrapsíquicos, interpersonales y sociales, de todo tipo y condición. Pero hay personas que no los ven, que no quieren verlos, que viven como si no existieran. Son los 'avestruzman' o las 'avestruzwoman', individuos para las que nunca pasa nada, aunque se esté produciendo un terremoto de nueve grados en la escala de Richter. La estructura fóbica es la esencial en esta personalidad tipo avestruz. El rasgo fundamental y característico es la evitación, se trata de no enfrentarse a lo temido y vivir como si ese algo no existiera. El miedo les lleva a cerrar los ojos ante la evidencia, a negar lo manifiesto, lo patente. Los fóbicos tienden, curiosamente, a sonreír ante el peligro, ante el conflicto, ésa es su forma de negarlo. En el otro extremo del arco están los que viven en conflicto permanente, tienen como lema el dime que opinas, que me opongo. A esta actitud se le llama en Psicología contradependiente y se suele señalar como propia de la adolescencia, pero creedme que está presente en muchos de nosotros que nos llamamos adultos, "invitados" y en la dinámica de muchos grupos y colectivos. ¿Habéis visto alguna vez a la oposición parlamentaria, a ésta y a cualquier oposición parlamentaria, en actitud no contradependiente? Detrás de toda actitud contradependiente hay altas dosis de frustración por la dependencia que niegan y que sufren. La frustración se traduce en agresividad hacia el padre simbólico del que aún dependen.
Creo que no conviene ni negar los conflictos, viviendo como si no existieran, ni azuzarlos y vivir instalados en ellos. Los conflictos hay que reconocerlos, abordarlos y resolverlos, si es que tienen solución, o asumirlos si no tienen solución, que también es una forma de superarlos. Hay mil formas y maneras de enfrentarse a los conflictos, dependiendo del tipo y la gravedad de los mismos. Pero básicamente hay dos posturas, los que propugnan soluciones drásticas, radicales y los que no. Los hay que prefieren la revolución, el hay que cambiarlo todo, y otros que preferimos la evolución, el crecimiento sin rupturas. Entre la tesis y la antítesis me quedo con la síntesis. Quizás detrás de esta opción no haya otra cosa que el abandono de la juventud y la entrada de lleno en la edad de carroza o como dice una amiga, de "madurito interesante". Los conflictos intrapsíquicos son conflictos internos, establecidos entre instancias de nuestra propia personalidad, en las mismas entrañas del yo, cuando la razón dice una cosa y el corazón dicta la contraria. El problema es a veces mayor porque con la cabeza queremos una cosa, con el corazón otra y con las tripas, con el hara, visceralmente, otra distinta. Y si dentro de nosotros mismos donde las fronteras no son muy marcadas, hay conflictos, cómo no los habrá entre personas, entre instituciones y entre civilizaciones.
Creo que la diferencia esencial entre las personas satisfechas y las que no lo están, no estriba tanto en el número y seriedad de los conflictos que tengan, sino en la forma de afrontarlos y de resolverlos. Todo conflicto, toda crisis, es una oportunidad para crecer. No existe crecimiento personal, ni progreso social sin crisis y sin el desarrollo de la capacidad para abordar los conflictos que ineludiblemente nos traerá la vida. Superar el conflicto no es volver a la situación anterior, eso se parece a una simple contención, la superación verdadera supone siempre un nuevo nivel, un quantum de crecimiento. Pero en todo conflicto hay que aceptar también cierto dolor, cierta frustración, incluso si el conflicto es de elección entre dos opciones positivas y ambas deseables, la frustración se llamará entonces renuncia

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