Mis Recuerdos

DEBEMOS AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS



No es una «inflación» de Dios en menoscabo del hombre lo que estaría amenazando a nuestro mundo, sino todo lo contrario: un supuesto interés por el hombre y el mundo en menoscabo de Dios. La amenaza no sería ya Dios, sino el hombre sin Dios. No sería extraño que al terminar la lectura de este número sobre el primer mandamiento, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas», mis estimados lectores llegaran a la conclusión de que ésa es la tesis principal que se desprende de sus cinco artículos, su línea argumental de fondo. Pues bien, tal vez no les falte razón. Con muchos matices, por supuesto, que hagan plausible y no sectaria una afirmación tan radical.
Una primera pregunta es, necesariamente, ésta: ¿qué nos ha sucedido a los creyentes para que hayamos aparcado hasta tal punto el tema del amor a Dios y, tal vez, con el tema la experiencia misma de ese amor? ¿No existe ya para nosotros el primer mandamiento? Una pregunta así es susceptible de diversos acercamientos. Podemos acercarnos a ella dando razones de por qué la cosa es así, y este número es rico en ese tipo de análisis. Nos atreveríamos a decir, sin embargo, que su virtualidad mayor va en otra dirección: la de ser un alegato múltiple, apasionado incluso, en favor del primer mandamiento y de su centralidad en la vida humana y cristiana. Y ello por muchas razones, a través de muchas posibles y necesarias recuperaciones, que convergen todas ellas en una invitación a entrar decididamente en la experiencia del amor de Dios y del amor a Dios:
—porque, cuando la vida humana se vacía del Dios-Amor, otros dioses perversos vienen enseguida a ocupar su sitio;
—porque los amores han de mirarse en el Amor de Dios, del que son imagen, para transfigurar su deseo en generosidad, sin dejar de ser deseo;
—porque tal vez para amar bien a todos y a todo haya que amar a Alguien sobre todas las cosas y con todo el corazón;
Por esas razones y otras muchas más, el tema del amor de Dios y del amor a Dios se convierte, como dice uno de los autores, en el «punctum stantis aut cadentis Ecclesiae», en lo que hace estar de pie o morir a la Iglesia.El principio de toda experiencia religiosa tiene un denominador común en el deseo seducido, en la inclinación fascinada e irresistiblemente atraída por el misterio del Otro, que envuelve, seduce y apasiona con su belleza y su «diferencia», que provoca el impulso incontrolable de aproximación, abrazo y unión 1. No se trata, por tanto, de una experiencia intelectual, sino de una experiencia afectiva, que habla al corazón. El misterio de ese Otro a quien llamamos Dios no propone contenidos que haya que aprender acerca de Su persona, sino que se revela a quienes se aproximan a Él en cuanto Misterio de Amor. Y como tal quiere ser conocido y experimentado .Sin embargo, este misterio, que atrae y seduce, no deja de amedrentar y provocar un distanciamiento reverente y trémulo, lleno de humildad pobre e impotente, como se verifica ya en la experiencia fundante del pueblo de Israel (cf. /Ex/03/06-07): «Y Moisés se cubrió el rostro, porque no se atrevía a mirar a Dios». Es la violencia misma de la atracción amorosa, que somete y se asemeja a un caudaloso y pavoroso torrente o a un «fuego devorador» que devora y consume, pero que a la vez embriaga y deleita, lo cual hace que sea experimentada tan radicalmente amenazadora e inexorable como la propia muerte, a pesar de que su secreto sea la fuente de la Vida .El Señor nuestro Dios es el Unico Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazon,con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Por eso afirma la Primera Carta de Juan: «Amemos porque Dios nos amó primero» (/1Jn/04/19). Y nos amó sin restricciones, sin condiciones, hasta el final. La dinámica amorosa en la que ese Dios nos hace entrar, por consiguiente, tiene también que estar libre de toda restricción y condición y no puede estar sometida a ningún otro imperio ni prioridad. Es sobre todas las cosas. Es verdad que los pensamientos, palabras y obras de los seres humanos a menudo no muestran ningún rasgo de fidelidad para con la Revelación del Dios-agapé, que estableció una alianza con el pueblo de Israel y que, en Jesús de Nazaret, radicaliza y clarifica la revelación del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
Asi que debemos amar a Dios por sobre todas las cosas y no tomar su nombre de Dios envano .

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