Para ti de mi
No creo que seas maldito o si lo eres.
Más bien eres tierno o no o si.
Me gustan tus zapatos , esos que parecen de payaso.
Me gusta que siempre vayas a la diversidad.
Me gustan tus anteojos. Tu mirada curiosa y sarcástica. Tu coraza de guerrero herido.
El día que mi alma se partió en mil pedazos recibí un correo tuyo. Fue uno de los abrazos más profundos y más solidarios que acompañó mi descenso al inframundo.
Tus palabras me ayudaron a entender todo lo que me iba a pasar.
Tienes razón.
El dolor siempre estará, en distintos grados, con distintos matices, el asunto es cómo se procesa la ausencia, cómo se entiende finalmente que eso que pasó no tiene preguntas, menos respuestas.
No creo que seas maldito o si lo eres.
Es una pose.
Una máscara.
Un cinismo voluntario para sobrevivir.
Ni siquiera sé si somos amigos.
Pero no me importa.
Me quedo con tu solidaridad.
Eres un tierno maldito, un hombre raro, muy generoso cuando ves que alguien sufre sin aparente consuelo.
Y tienes mucha razón:
El amor no se acaba con la muerte.
Y como tú, yo también creo que mis muertos me siguen queriendo y me siguen cuidando del mismo modo como yo los seguiré queriendo e invocando todos los días de mi vida.
Eso me escribiste. Eso pienso.
Hoy creo que cuando más lo necesito aparece vibrando sin que yo haya marcado ese número que ya no existe.
Sé que me abre la puerta del ascensor.
También se siente en el auto que voy mientras manejan en silencio por la Vía . ¿Te conté? He vuelto a ir sin pensar en que se puede estrellar.
También me dice que tengo que comer, un sanguchito por lo menos. Algo de fruta, por lo menos.
Y también pasan cosas después.
En las noches viene a visitarme, me cuida mientras duermo.
Me arropa y me susurra.
Me dice que cierre mis ojos y que descanse. Me lee un cuento como si fuera una niña. Me dice que, en efecto, mis cachetes son dulces, que le gusta mi risa, que todavía la escucha. Me abraza.
¿Cómo podrías ser maldito si al enterarte de mi tragedia personal me escribiste a mil kilómetros de distancia?
No puedes.
No lo eres.
Eres tierno.
Y no tienes miedo de sentir.
Hoy desperté y sentí que mi alma comienza a regresar a mi cuerpo.
Por eso quise escribirte.
Quiero contarte que alcé mi brazo izquierdo y me dije con voz clara y fuerte: Vida, ven a mí. Energía poderosa regresa a mí. Alegría y nostalgia fundánse y báñenme a tientas que ya estoy dispuesta.
Quiero comer. Quiero ir al cine. Quiero hablar. Quiero escribir.
¿Estaré sanando?
¿Faltará mucho para volver?
Hoy recordé tu maldito correo.
Y volví a leerlo.
Por eso te escribo.
Por eso regreso a mi blog del que tanto te mofas.
¿Se me habrá ido el tren romántico? ¿Algún día encontraré al amor de mi vida?
No tengo la más pálida idea.
Solo sé que sigo trepada en el tren de la vida. Respirando fuerte, llorando a veces, mil veces, abrazándome como niña en la soledad de mi habitación y repitiéndome que todo pasa, que el tiempo se encarga de todo, incluso de acomodar los recuerdos.
Me han preguntado cómo se hace para sobrevivir a una hecatombre grado diez. Cómo se hace para cerrar la herida de un disparo de nieve directo al corazón.
Yo solo tengo una receta.
Llorar mucho.
Bañarse en las aguas dulces.
Mirar la luna cuando aparece en el cielo.
Escribir.
Rezar.
Beber amistad. Mucha amistad, porque los amigos sanan, abrazan, ayudan.
Hablar con la mamá, con el papá, llorar con los hermanos.
Eso también ayuda.
Leer.
Tomar agua.
Volver a leer. Aunque sea carteles.
Enfocar la mirada en cosas que nos gustan
Escuchar el sonido del viento y decidir que quieres volver a creer en la palabra ILUSION.
Trabajar. Aunque sea en piloto automático. Trabajar mucho.
Mirar la noche y desear el amanecer.
Eso, desear siempre un nuevo amanecer.
Y luego vivir otra vez la tristeza.
Sin empachos.
Aunque uno asuste a los demás, aunque uno termine asustada del propio llanto.
Vivir el duelo sin murallas, sin ataduras; porque siempre, escúchalo bien hombre tierno, después de la tormenta siempre llega la calma.
No culpes a la noche.
Abre los ojos.
Y dame 5 Minutos para decirte gracias.
Tan solo eso.
Gracias eternas.
Más bien eres tierno o no o si.
Me gustan tus zapatos , esos que parecen de payaso.
Me gusta que siempre vayas a la diversidad.
Me gustan tus anteojos. Tu mirada curiosa y sarcástica. Tu coraza de guerrero herido.
El día que mi alma se partió en mil pedazos recibí un correo tuyo. Fue uno de los abrazos más profundos y más solidarios que acompañó mi descenso al inframundo.
Tus palabras me ayudaron a entender todo lo que me iba a pasar.
Tienes razón.
El dolor siempre estará, en distintos grados, con distintos matices, el asunto es cómo se procesa la ausencia, cómo se entiende finalmente que eso que pasó no tiene preguntas, menos respuestas.
No creo que seas maldito o si lo eres.
Es una pose.
Una máscara.
Un cinismo voluntario para sobrevivir.
Ni siquiera sé si somos amigos.
Pero no me importa.
Me quedo con tu solidaridad.
Eres un tierno maldito, un hombre raro, muy generoso cuando ves que alguien sufre sin aparente consuelo.
Y tienes mucha razón:
El amor no se acaba con la muerte.
Y como tú, yo también creo que mis muertos me siguen queriendo y me siguen cuidando del mismo modo como yo los seguiré queriendo e invocando todos los días de mi vida.
Eso me escribiste. Eso pienso.
Hoy creo que cuando más lo necesito aparece vibrando sin que yo haya marcado ese número que ya no existe.
Sé que me abre la puerta del ascensor.
También se siente en el auto que voy mientras manejan en silencio por la Vía . ¿Te conté? He vuelto a ir sin pensar en que se puede estrellar.
También me dice que tengo que comer, un sanguchito por lo menos. Algo de fruta, por lo menos.
Y también pasan cosas después.
En las noches viene a visitarme, me cuida mientras duermo.
Me arropa y me susurra.
Me dice que cierre mis ojos y que descanse. Me lee un cuento como si fuera una niña. Me dice que, en efecto, mis cachetes son dulces, que le gusta mi risa, que todavía la escucha. Me abraza.
¿Cómo podrías ser maldito si al enterarte de mi tragedia personal me escribiste a mil kilómetros de distancia?
No puedes.
No lo eres.
Eres tierno.
Y no tienes miedo de sentir.
Hoy desperté y sentí que mi alma comienza a regresar a mi cuerpo.
Por eso quise escribirte.
Quiero contarte que alcé mi brazo izquierdo y me dije con voz clara y fuerte: Vida, ven a mí. Energía poderosa regresa a mí. Alegría y nostalgia fundánse y báñenme a tientas que ya estoy dispuesta.
Quiero comer. Quiero ir al cine. Quiero hablar. Quiero escribir.
¿Estaré sanando?
¿Faltará mucho para volver?
Hoy recordé tu maldito correo.
Y volví a leerlo.
Por eso te escribo.
Por eso regreso a mi blog del que tanto te mofas.
¿Se me habrá ido el tren romántico? ¿Algún día encontraré al amor de mi vida?
No tengo la más pálida idea.
Solo sé que sigo trepada en el tren de la vida. Respirando fuerte, llorando a veces, mil veces, abrazándome como niña en la soledad de mi habitación y repitiéndome que todo pasa, que el tiempo se encarga de todo, incluso de acomodar los recuerdos.
Me han preguntado cómo se hace para sobrevivir a una hecatombre grado diez. Cómo se hace para cerrar la herida de un disparo de nieve directo al corazón.
Yo solo tengo una receta.
Llorar mucho.
Bañarse en las aguas dulces.
Mirar la luna cuando aparece en el cielo.
Escribir.
Rezar.
Beber amistad. Mucha amistad, porque los amigos sanan, abrazan, ayudan.
Hablar con la mamá, con el papá, llorar con los hermanos.
Eso también ayuda.
Leer.
Tomar agua.
Volver a leer. Aunque sea carteles.
Enfocar la mirada en cosas que nos gustan
Escuchar el sonido del viento y decidir que quieres volver a creer en la palabra ILUSION.
Trabajar. Aunque sea en piloto automático. Trabajar mucho.
Mirar la noche y desear el amanecer.
Eso, desear siempre un nuevo amanecer.
Y luego vivir otra vez la tristeza.
Sin empachos.
Aunque uno asuste a los demás, aunque uno termine asustada del propio llanto.
Vivir el duelo sin murallas, sin ataduras; porque siempre, escúchalo bien hombre tierno, después de la tormenta siempre llega la calma.
No culpes a la noche.
Abre los ojos.
Y dame 5 Minutos para decirte gracias.
Tan solo eso.
Gracias eternas.
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